
En todo el país, en un número casi incontable de canales nacionales, podían verse los innumerables cañonazos lanzados y el humero creado en medio de los cerros –vaya orgullo- en honor al nuevo presidente de la República; Juan Manuel Santos Calderón.
En Cali, en una calle cualquiera de las de esta ciudad alguien parece haberse unido a la celebración, se escuchan estruendos, esos que generan la pregunta que todos mentalmente se hacen ¿Polvora o disparos? Esta vez no se trata de un santista empedernido y embargado de la emoción que decide recrear en su casa el “espectáculo” dado en Bogotá. Se trata de la Policia, no rindiendo honores, sino empuñando y disparando sus armas contra un criminal.
Los rumores corren, un ladrón, un sicario, no se sabe. Pasa la moto de la Policia con el susodicho en medio, un rostro ensangrentado desafiante o angustiado, no se sabe. Detrás otras motos, no de oficiales, sino de vecinos y habitantes de una cuadra que hoy tuvo acción y quizá ni si quiera recuerde que Colombia estrenaba al mismo tiempo Presidente, siguen los rumores y el morbo inexplicable de correr un riesgo estúpido con tal de ir a ver el chisme hace que varios ciudadanos se desplacen hacia el mismo lugar que la moto con el preso.
Parece que los cuentos y el bochinche resultaron mentiros y era un ladrón cualquiera, no hay heridos y eso desmiente a la masacre que en algún momento pasó como chisme, con ese afán colombiano de dejar un muerto en la escena, porque ¡Ay la muerte! Que tan cercana se antoja siempre y tan común se ha vuelto, tanto que ya poca sorpresa causa.
Calmada la emoción y los cañonazos, vino el turno de las excelencias, porque una cantidad de excelencias se encontraban reunidas en la Plaza de Bolivar, tan excelentísimas personas que todas debieron ser mencionadas antes de que un costeño Presidente del Senado y un cachaco Presidente de esta Patria tomaran la palabra, para hablar de honestidad, vida, progreso y poder ciudadano, para darle un mensaje al pueblo colombiano, para intentar que este país crea en el progreso. El uno le pone compromisos al otro a ver si algún día los colombianos creen en un político, unos pocos más se enteran de que es lo que hacen en el congreso y ver si los que saben que hacen dejan de sentir vergüenza de ese organismo desprestigiado que se supone representa a los ciudadanos colombianos.
Lástima que esos discursos sean tan poco escuchados y por ende no sean susceptibles de ser grandemente juzgados, aunque entiendo a los habitantes de al menos una cuadra de la patria, a quién le interesan las promesas que tantas veces han sido mencionadas, como si tanta excelencia fuese a salvarlos de los tiros de un necesitado, del chisme improvisado, del infortunio, de ser un malaventurado que no pueda oír promesas nunca más, no por acá, no en este lugar que nos ha dado por habitar y tierra por llamar.
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