Bienvenida a la Inmortalidad – II
Se me están muriendo, se me están
muriendo mis viejos de noches de desvelos leyendo sus locuras de países inventados
y cercanos, de lugares comunes y universales ante la realidad de esta humanidad
empeñada en ponerse la soga al cuello, aquellos contadores de historias que
quizá, tenían como meta última con sus invenciones, la de evitar que nuestra
propia historia, fuese el Relato de un náufrago,
ahogado en su propia soberbia.
Contaré a mis hijos, para que
estos lo hagan con sus nietos y con las estirpes que me sobrevivirán, les
contaré Doce cuentos peregrinos, les
hablaré sobre la tristeza de la cándida Eréndira, les desearé El amor, aun, en los tiempos del cólera, y en definitiva les contaré mis propias
historias, a la espera de no ser un coronel más perdido en los laberintos de la
eterna discordia.
Es que vivir, es la cosa más
bella que jamás se haya inventado y creer en la vida, creer en mariposas
amarillas y ascensiones milagrosas, creer en la belleza del hielo y en la incansable
búsqueda del mar, creer en un relato distinto para nuestra propia existencia,
creer en una realidad con tintes mágicos donde no nos encontremos,
constantemente, ante pelotones de fusilamiento, esos que de una u otra forma
vivimos montando, con el fanatismo con el que vivimos matándonos unos a otros,
desde el comienzo de los tiempos, necios, irracionales, desapareciendo en las en vagones ferroviarios a miles de trabajadores del banano, ante la falta de
entendimiento para saber que lo importante y realmente bello es Vivir para contarla.
Pero como Yo no vengo a decir un discurso, no me queda más que, con la
torpeza de mis palabras, darle las gracias al espíritu inmortal del creador de
algunas de las más maravillosas historias que alguna vez hayan sido contadas. Inspirador,
soñador y contador de historias, gracias por los días de felicidad y dolor con
los Aurelianos, y por el retrato indeleble y atemporal de la realidad de
nuestra patria agobiada, en un puñado de páginas que a buena hora se dio al
trabajo de escribir.
No tengo más que: arrojar a los océanos del tiempo una botella
de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de
contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde
prevaleció el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde
fuimos capaces de imaginar la felicidad.
Gracias eternas, gracias por
siempre, querido Gabriel García Márquez (6 de marzo de 1927 - Hasta que los
libros sean quemados y el último hombre con memoria muera, hasta que la
humanidad desaparezca de la faz de la tierra y la inmortalidad de todos los
grandes hombres se vaya con ella)
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